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10/03/2011

Alemania se persona en los juicios contra la dictadura argentina - El pais

MOVIMENTO DE JUSTIÇA E DIREITOS HUMANOS/Brasil INFORMA:

EL PAÍS
Madri, 09/03/2011

Alemania se persona en los juicios contra la dictadura argentina

Es la primera vez que un Estado europeo se presenta como querellante contra los responsables del secuestro y muerte de ciudadanos alemanes

ALEJANDRO REBOSSIO - Buenos Aires - 09/03/2011

 Un abogado que representa a la República Federal de Alemania hará, a finales de marzo, su alegato en uno de los juicios por violaciones de los derechos humanos en la última dictadura argentina (1976-1983). Alemania pedirá la condena de los responsables del secuestro y la muerte de una de sus ciudadanas, Elisabeth Käsemann, en 1977. Se trata del primer Estado europeo que se ha presentado como querellante en los juicios contra los responsables del régimen militar argentino. En 2000, la República de Chile había sido el primer país extranjero en participar de una querella, por el caso del asesinato en Buenos Aires del general Carlos Prats y de su esposa, Sofía Cuthbert, en 1974, a manos de las fuerzas de inteligencia del dictador chileno Augusto Pinochet (1973-1990).

"Nuestra participación como querellantes en el juicio de Käsemann es una novedad para la justicia universal", destaca Pablo Jacoby, el abogado argentino que representa a Alemania en este proceso. A finales de los noventa, después de los indultos del entonces presidente argentino, Carlos Menem, de todos los responsables de la dictadura, familiares de las víctimas alemanas presentaron demandas por 10 de ellos en los tribunales de su país. En 2001, la justicia alemana pidió la extradición del mayor (comandante) del Ejército Pedro Durán Sáenz, que dirigía el campo clandestino de detención y tortura El Vesubio, a las afueras de Buenos Aires, donde Käsemann estuvo secuestrada antes de ser asesinada.

El régimen argentino eliminó a 100 alemanes o descendientes de alemanes, que forman parte del total de 30.000 víctimas que denuncian los organismos de derechos humanos. A partir de 2003, el entonces presidente argentino, Néstor Kirchner, impulsó la nulidad de las amnistías, decisión que fue consagrada por la Corte Suprema tres años después. "Como se decidió que Durán Sáenz iba a ser procesado y enjuiciado en Argentina, en noviembre de 2007 remitimos la querella por la desaparición y asesinato de Käsemann", cuenta May Mahnken, jefa de prensa de la Embajada alemana en Buenos Aires. "La República Federal apuesta por los derechos humanos a nivel mundial y en Argentina terceros países se pueden querellar. Por eso, nos parecía que presentarnos como querellantes era plasmar el interés alemán. Además, estos juicios por delitos de lesa humanidad son una forma de mantener la memoria", añade Mahnken.
Este caso puede suponer un ejemplo para otros países con desaparecidos en Argentina y cuyos tribunales no pueden juzgar en ausencia a los responsables, según Jacoby. Un caso es el de España, donde nacieron al menos 76 víctimas de la dictadura argentina. Francia, en cambio, puede juzgar en ausencia y lo ha hecho contra el marino Alfredo Astiz por el secuestro de dos monjas.
Käsemann tenía 30 años cuando fue secuestrada por el régimen. Esta hija del prestigioso profesor universitario y teólogo luterano Ernst Käsemann había nacido en Gelsenkirchen en 1947, pero en la Universidad Libre de Berlín fue donde tomó contacto con dirigentes socialistas latinoamericanos. En 1968 viajó por toda Latinoamérica y finalmente se radicó en Buenos Aires. Allí se comprometió con Poder Obrero, un movimiento trotskista. Ayudaba a muchos argentinos amenazados de muerte por su militancia política a salir de su país y colaboraba en los barrios de chabolas.
Eran tiempos del régimen militar (1966-1973), que fueron seguidos por tres años de frágil democracia y, de nuevo, otra dictadura. Käsemann terminó abrazando la lucha armada, pero curiosamente se negaba a matar. Finalmente fue secuestrada por los militares. No se supo nada de ella durante ocho semanas hasta que el régimen la dio por muerta en un supuesto enfrentamiento. Pero la autopsia demostró que ella murió por tiros a corta distancia en la espalda. Su padre debió pagar 22.000 dólares a un militar argentino para recuperar el cuerpo de su hija.
La actitud de Alemania ante los casos de desaparecidos en Argentina no es la misma ahora que en plena dictadura. En el juicio por todos los crímenes de El Vesubio, que comenzó hace un año y finalizará en abril, el periodista y escritor Osvaldo Bayer mostró un documental suyo sobre Käsemann, que "dejó al descubierto la crítica al Gobierno alemán, que tardó mucho en reaccionar y estaba haciendo muy buenos negocios con Argentina". Bayer acusó a los entonces funcionarios de la Embajada alemana de "complicidad" porque, presuntamente, daban al régimen información que les traían los familiares de desaparecidos y recordó que el Gobierno del socialdemócrata Helmut Schmidt (1974-1982) vendió a la dictadura argentina fragatas y submarinos.
EL PAÍS preguntó a la actual portavoz de la Embajada si Alemania buscaba con su querella remediar la desatención del pasado. "Nos esforzamos por tener un buen contacto con los familiares de desaparecidos. La querella demuestra que Alemania está del lado de las víctimas", respondió Mahnken. Durán Sáenz y sus secuaces de El Vesubio se exponen a penas de hasta reclusión perpetua.


martes 14 de septiembre de 2010

Vuelve a declarar Osvaldo Bayer por el asesinato de la ciudadana alemana Elizabeth Käsemann

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Una vida por la libertad y la justicia
El escritor y periodista dio detalles del caso Kasemann. Se exhibió, durante la audiencia del juicio sobre El Vesubio, un documental realizado por Bayer sobre la vida de la joven alemana secuestrada durante la última dictadura.
     
Por Alejandra Dandan

Elizabeth Kasemann nació en mayo de 1947 en un refugio antiaéreo donde funcionaba una maternidad en los tiempos del nazismo. Su padre, uno de los teólogos más importantes del país, era miembro de la resistencia antinazi. En el `68, y en medio de una relación amorosa pero tensa con su familia, Elizabeth viajó a Latinoamérica y terminó instalándose en Buenos Aires, donde su compromiso personal la llevó a involucrarse políticamente en una de las agrupaciones trotskistas y, al decir de sus padres, tiempo después, a dar la vida por la libertad y más justicia en un país amado. La mataron el 24 de mayo de 1977 en Monte Grande, en un fusilamiento fraguado como enfrentamiento con otros 15 secuestrados.

Osvaldo Bayer, sentado en la sala de audiencias de los tribunales de Comodoro Py, donde se lleva a cabo el juicio oral por los crímenes del centro clandestino de El Vesubio, asistió a la proyección del documental de la vida de Elizabeth, un material que él mismo investigó acá y en Alemania, guionó, dirigió y que se emitió en 1992 para la televisión alemana. Bayer ya había declarado en el juicio, pero ayer volvió con la película en las manos. Kasemann es una causa que impulsa el gobierno alemán a través de Pablo Jacoby, dato curioso, socio de Gabriel Cavallo, a cargo de la defensa de la dueña de Clarín en el expediente Noble. Bayer acudió como testigo a pedido de ellos.

El documental, explicó, “da importancia a cómo se trató a los detenidos y dejó al descubierto la crítica al gobierno alemán, que tardó mucho en reaccionar y estaba haciendo muy buenos negocios con la Argentina”.

En la audiencia, Bayer habló potenciado por el peso de las imágenes, amparado en el cúmulo de pruebas que demuestran la brutalidad del gobierno militar, pero además del gobierno alemán, ministros y representantes locales. Dijo Bayer que en aquel momento le parecieron “ridículas” las explicaciones que dio la socialdemocracia alemana, que aseguró que había enviado dos cartas a la dictadura argentina pidiendo información sobre Elizabeth. Como otros testigos, mencionó la relación de “complicidad” de la representación alemana local con la dictadura. Bayer mencionó uno de sus libros, donde dio cuenta hace muchos años de los préstamos de los bancos alemanes a la dictadura para la construcción de cuatro fragatas y submarinos. En Alemania alegaban que aquellos barcos habían dado “ocupación plena” en el lugar donde se hicieron. “Vender armas a una dictadura –replicó en la sala– me parece que es muy poco ético.”

En 1968, Elizabeth inició el viaje a Latinoamérica que la terminó dejando en Buenos Aires. Primero estaba “asombrada con el colorido” de Bolivia, su primera parada, donde trabajó con un pastor metodista y una monja católica y donde su curiosidad europea se fue transformando en indignación. En Buenos Aires se instaló en Barracas. Conoció a Raymond Molinier, el secretario de Trotsky, dirigente de la IV Internacional y parte de la red de organizaciones que se ocupaban de prestar ayuda a los perseguidos políticos. Elizabeth generó una relación de amistad y política con él y comenzó a militar en el Poder Obrero. Sus padres viajaron a visitarla. Con la dictadura, ella les escribió una carta en la que les dijo que a pesar del dolor y del sufrimiento que sabía que iba a provocarles, por su condición de ser humano debía permanecer en Buenos Aires.

Elizabeth trabajaba en villas, organizaba las citas, se ocupaba de conseguir documentos para los que tenían que irse al exterior. “El trabajo en los barrios pobres fue una experiencia increíble tanto para ella como para mí”, explicó a través de la pantalla Diana Houston, una amiga inglesa, que cayó detenida pocas horas después de Elizabeth y a quien el gobierno británico logró poner en un avión 72 horas después.

Sergio Bufano es otra de las voces de la película. Conoció a Elizabeth en una reunión a la que llegaron vendados. “Era para planificar la muerte de un torturador”, dijo. El operativo preveía matar al militar, que solía almorzar todos los domingos al mediodía en un restaurante con su mujer y sus hijos. Elizabeth y Sergio lo siguieron. Iban al restaurante y en esas vigilancias decidieron “boicotear” la idea de la muerte con apoyo de un tercer compañero. El día de la operación, ese compañero faltó a la cita y ante la idea de un posible secuestro la organización suspendió el operativo. “Si bien muchos de nosotros habíamos elegido la lucha armada –explicó Sergio–, no estábamos de acuerdo con la muerte.”

Sergio y Elizabeth se pusieron de novios. Cuando él decidió irse del país, ella dejó de hablarle durante una semana. Estaba decidida a quedarse. Creía que el país tenía una clase obrera poderosa –explicó su compañero–, luchadora, creía que era el país donde estaba el eje de la revolución latinoamericana y por eso se quedó. De todos modos, lo ayudó a salir del país.

A Elizabeth la llevaron secuestrada primero a la sede del I Cuerpo de Infantería donde funcionaba un centro clandestino. Ahí la torturaron. Luego llegó a El Vesubio. Diana oyó los gritos de Elizabeth en el primer destino. “Sentí olor a carne quemada y los gritos. Y un ser humano –dijo– puede olvidarse de muchas cosas, pero el olor y los ruidos permanecen.” Y luego: “Oía los gritos de Elizabeth que era sometida a la tortura, es decir corriente eléctrica, y la golpeaban y otros tormentos que no podría explicar”.

Elena Alfaro la situó en El Vesubio siete días antes del asesinato. “Venía del Infierno –dijo–, que era un lugar muy violento y terrible en cuanto a las formas de vida, con celdas en las que los compañeros respiraban por turnos por las hendijas que había por abajo de la puerta.”

Pedro Durán Sáenz, responsable del centro clandestino durante 1977, era un ferviente católico, violador de muchas de las detenidas. Alemania pidió su extradición por esta causa varias veces, desde la época del gobierno de Fernando de la Rúa. Durán Sáenz decidió someterse al juicio en Argentina. Y Alemania decidió intervenir en la causa en forma directa como querellante.

Bayer contó que durante la investigación fue al barrio a hablar con los vecinos, que muchos recordaban lo que había pasado pero no quisieron hablar. También intentó entrevistar a Durán Sáenz, “no aceptó de ninguna manera”. Bayer contó cómo fue que la familia finalmente dio con el cuerpo de Elizabeth, porque no quedó incluido en su documental. Un emisario del Ejército Argentino indicó que sabía dónde estaba el cuerpo de Elizabeth, pidió 22 mil dólares para entregarlo, un dinero que pagó la Iglesia Metodista alemana. El fiscal Félix Crous pidió incorporar el crudo de la entrevista con Elena Alfaro. Cuando terminó la audiencia, quienes estaban en la sala se pararon a saludar a Bayer. Hablaron de justicia. El comentó: “¡Tanto tiempo después!”.

Publicado por Casapueblos - AEDD en 22:25 

SÁBADO 31 DE ENERO DE 2009

OSVALDO BAYER: Elisabeth Käsemann PRESENTE ¡

Sábado, 31 de Enero de 2009Para aprenderPor Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania Federal
El martes pasado se recordó en toda Alemania el Día del Holocausto. Fue el aniversario de cuando en 1945 fue liberado de los nazis el campo de concentración de Auschwitz. En una ceremonia profunda, fue el Parlamento alemán, en una sesión especial, el que le puso a esta fecha la emoción impregnada de rabia y de vergüenza de esa realidad tan cruel. El presidente alemán Köhler habló con un acento que denotaba su búsqueda de las verdaderas expresiones para describir un crimen tan ominoso como el de los campos de concentración nazis, donde fueron asesinados millones de seres humanos, niños, mujeres y hombres, judíos, gitanos, enemigos políticos, homosexuales y personas discapacitadas. En los palcos había representantes de todas esas víctimas. Pero, además, se hallaban alumnos de colegios secundarios, y universidades, docentes e integrantes de organismos de derechos humanos. Luego del discurso presidencial, ocuparon el centro de la escena cuatro niñas que leyeron trozos de cartas de las víctimas. Y luego un cuarteto musical trajo la música de Bach, que sirvió, tal vez, como búsqueda de consuelo imposible de encontrar. Sirvió para comprobar que los asesinatos no quedan impunes y que siempre hay una luz de esperanza cuando los asesinos son condenados para siempre por la Historia.
Ese mismo día me tocó hablar en la Iglesia Evangélica de Gelsenkirchen, en la cuenca del Ruhr, el núcleo fabril más potente de Alemania. Allí, en esa ciudad, un centro de educación para familias lleva el nombre de Elisabeth Käsemann, la estudiante alemana asesinada por la dictadura militar argentina en 1977. Elisabeth, luego de terminar sus estudios de sociología en la universidad de Tübingen, quiso hacer sus trabajos prácticos en Latinoamérica. Luego de estar en Perú marchó hacia la Argentina, donde realizó trabajos solidarios en una villa miseria del Gran Buenos Aires. El 8 de marzo de 1977 fue secuestrada de su domicilio por una patrulla militar y llevada al campo de concentración El Vesubio, donde fue brutalmente torturada, para luego ser asesinada, el 24 de mayo del mismo año. Su padre, Ernst Käsemann, uno de los más brillantes teólogos de Alemania, viajó a la Argentina para recuperar el cuerpo de su hija. Luego de largas negociaciones y mediante el pago de 25.000 dólares, miembros del Ejército Argentino le devolvieron los restos de Elisabeth. El peor delito: además de matar impunemente, hacer negocio con el cuerpo sin vida de la víctima. Ante su tumba, en el cementerio de Tübingen, en aquel 1977, hablé en nombre del exilio argentino. Y comencé diciendo: “No dejar nunca la última palabra a los verdugos y militares, esto lo escribió Ernst Käsemann sobre su hija Elisabeth. Y por eso estamos aquí, ante su tumba, para no dejar la última palabra a los verdugos y militares argentinos que prosiguen torturando y asesinando en mi tierra, en ese país, que Ernst Käsemann denominó ‘fascinante’ pero que al mismo tiempo en esa belleza hospeda a un verdadero infierno. Este hombre de la Palabra y la Fe no quiere que se haga de su hija una figura de mártir. No es nuestra intención, pero sin nuestra influencia, Elisabeth se ha convertido en un símbolo. En ella se ha corporizado la más hermosa de las palabras, que los pueblos del mundo exclaman en voz bien alta: Solidaridad. Detengámonos aquí y pensemos en la belleza, en la esperanzada poesía de esas sílabas, solidaridad, que con toda fuerza fue pregonada por aquellos seres humanos que con el vocablo pensaron en ayudarse mutuamente, en buscar soluciones comunes a todos, por encima de lenguas y de razas distintas. Elisabeth, como muchos otros seres de lejanos países, ha colaborado para traer una vez más la tradición humanista. De dar la mano al más débil. De desesperarse ante el dolor de los demás. De la utopía de la justa repartición de los bienes de la tierra. El prójimo. Nuestros semejantes. El compañero. La palabra contra las cámaras de gas, contra el balazo, contra la picana eléctrica, contra la desaparición, contra el robo de niños de las prisioneras”.
“Rosa Luxemburgo –proseguí aquella vez– escribía de la prisión: ‘Pese a la oscuridad de la celda, de la luz de la muerte que entra por el tragaluz del calabozo, mi corazón late pleno de una incomprensible, desconocida alegría interna como si yo caminara sobre un prado pleno de capullos regado por un triunfante rayo de sol. Y le sonrío a la vida como si yo supiera un mágico misterio, que castiga a todo lo malo y a las tristes mentiras y las convierte en pura claridad y felicidad’. Es que Rosa sabía que su lucha por los de abajo era la que le daría la razón de ser, de vivir, mientras otros acumulaban cargos o riquezas mediante el poder o la avaricia.”
Terminé mis palabras diciéndole a Elisabeth: “Elisabeth, no tengo otra cosa que ofrecerte que mi vergüenza. Pero también tengo un orgullo, angustiado, nacido de puro dolor, pero pleno de energía. Es el orgullo de poder hablar de nuestras mujeres, de aquellas que como Elisabeth perdieron sus vidas en la misma lucha. Y sé que el mejor homenaje a Elisabeth es nombrar algunas de esas mujeres, hoy desaparecidas y así recordar sus risas, sus sueños, y su fe en un futuro bien claro como las madrugadas de nuestras pampas, amplias, frescas, sin sombras, como el trinar de sus pájaros. Sí, nombrar a Liliana Isabel, Blanca Haydée, Alicia, Silvia Angélica, María Adelia, María de las Mercedes, Noemí, Raquel, María Victoria...”
Sí, María Victoria, la hija del querido Rodolfo Walsh. Recordaré siempre la alegría de él al nacer su hija: “¡Una hija, una hija...!” me repitió y sus ojos y sus labios rieron.
Y terminé diciendo: “Los vestidos de Rosa llenos de lodo en el fondo del Landwehrkanal en aquel Berlín de 1919, María Victoria Walsh que no se entregó a las bestias, y Elisabeth, Elisabeth Käsemann, la viajera de un lejano país, con su valija llena de utopías. Nuestros verdugos. Militares. No dejarles la última palabra”.
El acto del martes pasado, donde repetí aquel discurso, se hizo en la bella iglesia evangélica donde funciona el Centro de Educación Familiar Elisabeth Käsemann. Nada mejor que el nombre de la joven muerta en la Argentina para identificar a un lugar dedicado a las madres y a los niños, es decir, al futuro. Las consignas de esa institución son estos principios: “Queremos apoyar a los padres para posibilitar un sano desarrollo de sus hijos, para ofrecerles juegos propios de cada edad, para que tengan un movimiento sano, para un trato familiar libre de toda violencia, además de una sana alimentación y la alegría de cocinar para la salud. Queremos ayudar a los padres para que sientan alegría en la educación de sus hijos, para que puedan cumplir con sus necesidades y para que sepan solucionar todo conflicto familiar”. Una vez más, la ética triunfa finalmente. Los asesinos de Elisabeth, el general Suárez Mason y el teniente coronel Durán Sáenz, han pasado a la historia como miserables asesinos y torturadores. En cambio, la víctima ha sido homenajeada con este nombre a una institución que mira hacia el futuro, hacia una sociedad de sentimientos y sueños.
Lo mismo ocurrió con Auschwitz. Se recuerda todos los años a sus víctimas y se desprecia con asco a los políticos y a los uniformados que quisieron establecer un régimen basado en el odio y el racismo.
Ojalá que el 24 de marzo, el día en que comenzó la dictadura de la desaparición de personas y del robo de niños, nuestro Congreso nacional y todas las Legislaturas provinciales imiten al Bundestag alemán. Así como aquí se dedicó el día a rememorar la vergüenza más grande de este pueblo, con sus campos de concentración, sus cámaras de gas y sus seis millones de víctimas, así nuestros cuerpos legislativos deberían seguir este camino, dedicar sus sesiones de ese día a analizar el pérfido sistema de la desaparición de personas y cómo fue posible llegar a esa maldad infinita. Que hable un representante de cada bloque y luego, escuchar poesías con voz infantil de nuestros poetas desaparecidos y una música dedicada a ellos, una música propia de la tierra que los vio nacer. Y, además, que una mujer nos hable sobre nuestras mujeres de-saparecidas, sobre el dolor de las madres a quienes les quitaron sus hijos en el momento de dar a luz, y de la fuerza de las Madres que salieron a la calle a exigir Vida. Por supuesto, que en cada colegio secundario se dé una clase especial y en todas las universidades, en el aula magna, se recuerde a los estudiantes y docentes desaparecidos y se haga un análisis de aquel fracaso rotundo y criminal de nuestra sociedad.
Para aprender.
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